Desde entonces hasta hoy, la dulce muchacha vislumbra su rostro al anochecer, y es en un castillo lejano donde atraviesa cientos de muros imponentes o donde entona sus cantos, en el silencio de los corredores de la gran fortaleza. Entre las telarañas de su pasado rememora el rostro de todas aquellas damas retratadas de lánguida mirada, la frialdad enmarcada de antiguos caballeros o el refulgente esplendor de las armaduras plateadas.
Favole. 1. Lágrimas de piedra, de Victoria Francés
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