“¡A Tar, a Tar!” Canturreaba la niña de bucles rubios mientras yo caminaba con la mirada fija en el horizonte y ella se subía a mis pies, acompasando los pasos y el sístole del corazón. En el mismo instante, la circulación sanguínea de ambos cambió de sentido haciendo de nuestras cabezas una rama de olivo (señal de tierra  evanescente) y, nuestros pies, en alas de un Pegaso adolescente que nos une al firmamento.

El camino es largo, la maravillosa ciudad de Tar espera tras superar un laberinto, el cerebro tiene forma de laberinto.

En esa ciudad  perdida es donde se puede alcanzar el éxtasis, donde nunca te hallarás solo, donde una y otra vez se encontraran contigo familiares , amigos, amantes, enemigos, batallas perdidas y guerras ganadas… 

 

Y en ese camino estamos, buscando una bella ciudad que nos cobije, ahora que nuestro mundo se ha tambaleado.