Halloween, una tradición foránea, se ha colado en nuestras costumbres, transformando lo familiar en un espectáculo de disfraces y misterio. Lo que comenzó como una celebración importada ha ganado terreno, reemplazando poco a poco nuestras festividades de otoño con calabazas talladas, disfraces y decoraciones sombrías. Las tradiciones locales quedan en un segundo plano, mientras las calles se llenan de luces naranjas y niños disfrazados pidiendo dulces. Es una celebración ajena que, aunque divertida, parece dejar en la sombra nuestras propias raíces, borrando parte de nuestra identidad cultural en cada rincón decorado con telarañas y fantasmas.